Iglesia Católica Apostólica y Romana
En la Edad Media, la Iglesia Cristiana tuvo un rol decisivo. Fue la única institución que logró ejercer su poder a lo largo de una Europa fragmentada políticamente. La vida cotidiana en la Edad Media y la forma de pensar de nobles y campesinos estaban influenciados por los principios y creencias de la Iglesia Cristiana. Como consecuencia de esto, las acciones de la gente se hallaban estrechamente ligadas a las normas religiosas. La Iglesia era al mismo tiempo el centro de la vida intelectual. Desde este rol preeminente, posibilitó el afianzamiento de una particular interpretación del mundo, diseñado y ordenado según los designios de Dios. Se cristalizó así una mentalidad medieval basada en preceptos religiosos que perduró durante siglos.
A través de los siglos, las normas administrativas y los principios de la organización pública se fueron transfiriendo de las instituciones estatales (como en el caso de Atenas, Roma, etc.) a las instituciones de la naciente Iglesia Católica y a las organizaciones militares. Esa transferencia se hizo lenta, pero efectivamente, tal vez porque la unidad de propósitos y de objetivos –principios fundamentales en las organizaciones eclesiásticas y militares- no se encontraba siempre en la acción política que se desarrollaba en los estados, movida generalmente por los objetivos contradictorios de cada partido, dirigente o clase social.
En el transcurso de los siglos, la Iglesia Católica estructuró su organización, su jerarquía de autoridad, su estado mayor (asesoría) y su coordinación funcional. La Iglesia cuenta con una organización jerárquica tan simple y eficiente, que su enorme organización mundial puede operar satisfactoriamente bajo el mando de una sola cabeza ejecutiva: el Papa, cuya autoridad coordinadora, según la Iglesia Católica, le fue delegada por una autoridad divina superior.[5]
La Iglesia, impuso sus valores en el orden social y religioso, identificando al gobierno eclesiástico con el Estado.
En el campo comercial se impusieron criterios muy severos pues la actividad de los mercaderes se consideraba como una actividad vergonzosa e ilícita. La usura fue considerada como un robo. El valor fundamental de este periodo radicaba en la salvación del alma, objetivo que se desprendía del principio de que el hombre fue puesto en la Tierra durante un periodo en el que su primer afán debería ser prepararse para la Eternidad.
Estos valores conformaron el sistema económico medieval.
En la última parte del Medioevo dos hechos importantes se introducen en la escala de valores:
Primero. Se desarrolla una creciente actividad comercial en los estados italianos, por un incremento en las actividades de los gremios de artesanos. Se da, al mismo tiempo, un creciente intercambio comercial de productos entre los Estados.
Silva Herzog dice que: “Las Cruzadas no sólo tuvieron un objetivo religioso, sino que también obedecieron a causas económicas, para desarrollar el comercio con el Medio Oriente.”
Segundo. Los valores basados en principios religiosos empiezan a cambiar, a raíz de los escritos de Santo Tomás de Aquino quien, entre otras cosas, justifica contra la opinión establecida, la actividad del mercader, sosteniendo que, aunque el comercio sea desagradable es un mal necesario y que el comercialismo tiene una función social. Se considera importante esta justificación de las actividades mercantiles. La usura siguió siendo condenada y restringida.[6]
De todos modos, la estructura de la organización eclesiástica sirvió de modelo para muchas organizaciones que, ávidas de experiencias exitosas, pasaron a incorporar una infinidad de principios y normas administrativas utilizadas en la Iglesia Católica.
Durante la Edad Media, floreció y se consolido la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que de acuerdo con sus principios doctrinales, el Papa recibe su autoridad de Dios y ocupa la mayor jerarquía en la organización. Su autoridad central es poderosa y única, en contraposición a otra forma administrativa en donde conforme la organización crece se van estableciendo niveles intermedios e inferiores de autoridad, en la Iglesia Católica existe un proceso inverso no de delegación, sino de superposición de autoridad a niveles superiores. El Papa conserva una autoridad no delegada y los nombrados derivan la suya no del Papa, sino directamente de Dios.
Al crecer el número de fieles las pequeñas misiones se constituyeron en Iglesia y éstas desde un principio se agruparon en diócesis. La autoridad coordinadora se caracteriza de un poder central, que tiene unido a un colegio de obispos con poderes propios que requieren, sin embargo, la subordinación a dicho poder central. En esta época, el poder interfirió en la Administración de la Iglesia y hubo una larga contienda en los siglos XI, XII y XIII.
El Senado del Romano Pontífice, lo constituyen los cardenales y en el gobierno de la Iglesia le asisten como consejeros y colaboradores, se le denomina Sagrado Colegio de Cardenales y se distribuye en tres órdenes: episcopal, presbiteriana y diaconal.
El Papa Gregorio X, en 1274 organizó el "Cónclave" (confinamiento de cardenales durante la elección del Papa), y desde entonces el Papa es elegido por el Sagrado Colegio y el poder le viene de Dios al aceptar su nominación.
Además del Sagrado Colegio, la organización cuenta con otra importante institución: la Curia Romana, a quien corresponde funciones propiamente administrativas, y para entenderlas está dividida en departamentos, siendo su división principal las congregaciones romanas, fue establecida por el Papa Pío X (1903-1914). Se compone de los siguientes dicasterios: Secretaria de Estado o Papal y Consejo (Sagrada Congregación), para los asuntos públicos eclesiásticos, Sagradas Congregaciones, Tribunales, Oficios Secretariados Consejos de Seglares y Comisión de Estudios "Justicia et Pax".
Siendo la Iglesia Católica la mayor organización mundial existente y a su vez la más centralizada en su forma de gobierno, resulta importante por sus funciones desde el punto de vista administrativo.
Dentro de la organización existen los obispos, presbíteros y diáconos, constituyen la segunda triada, existen también los subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores y guardianes, diferentes categorías que actualmente se consideran como etapas de formación para el sacerdote.
Su organización ha tenido que atender a un crecimiento no sólo funcional sino también geográfico, como consecuencia del establecimiento de misioneros o de monjes.
De la organización de la Iglesia se obtiene un principio administrativo muy importante y que ha demostrado en los muchos siglos de operación lo que vale el adoctrinamiento de quienes ante un objetivo común están dispuestos a unir esfuerzos individuales en uno colectivo. El "dominio de una idea" ya sea dogmática, de servicio social o de coordinación de acciones, no puede ser sustituido por la estructura administrativa o por ningún principio científico.
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