El ministerio apostólico | |
La tarea principal de los apóstoles fue la oración y el anuncio de la "buena nueva" (del evangelio), es decir, la proclamación fiel del mensaje de Jesús. Los escritos sagrados les presentan como un grupo colegiado ("los doce"), en el que se asigna a Pedro un papel especial: "Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 16,19). "He rogado por ti [Pedro] para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lucas 22,32).
Como oyentes y testigos directos de la doctrina de Jesús, se constituyen en garantes de su transmisión auténtica. Se saben asimismo revestidos de una especial autoridad en cuanto que han sido enviados por Jesús del mismo modo que Jesús ha sido enviado por el Padre. Han recibido el Espíritu Santo y el poder de "atar y desatar", de perdonar los pecados. Es esta conciencia de la autoridad recibida de Jesús la que les permite remitir a las comunidades de Antioquía, Siria y Cilicia las graves decisiones tomadas en el concilio de Jerusalén con esta solemne introducción: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hechos de los Apóstoles 15,28).
Para poder cumplir el mandato de anunciar la buena nueva a todas las naciones de la tierra "hasta el fin de los tiempos", eligieron sucesores a quienes confiaron, con igual autoridad, la prosecución del ministerio de la palabra. En ellos se inicia, pues, la sucesión apostólica. La cadena ininterrumpida de sus sucesores se convierte en criterio de la verdadera doctrina. A ellos ha de volver incesantemente su mirada la Iglesia para cerciorarse de que no se producen desviaciones doctrinales. La Iglesia es apostólica porque se mantiene fiel a la tradición recibida de los apóstoles (tradición apostólica).
FUENTE:
No hay comentarios:
Publicar un comentario