BREVE HISTORIA DEL CONCILIO VATICANO II (1962-1965)
En Junio de 1959 Juan XXIII habla por primera vez de su intención de convocar un concilio ecuménico, pero el anuncio oficial no se formula hasta el año 1961.
En el momento de su apertura, el 11 de octubre de 1962, con un discurso histórico del Papa, se pensaba en una o a lo sumo dos asambleas, pero habrá cuatro, hasta el año 1965, ya que la complejidad y variedad de los temas exigieron un esfuerzo mucho mayor del que se había calculado.
La segunda sesión, con la desaparición de Juan XXIII, fue inaugurada por Pablo VI el 29 de septiembre de 1963. Todas las sesiones se desarrollan de septiembre a noviembre o diciembre; los meses anteriores son de trabajo preparatorio. La sesión de clausura se celebra solemnemente el 7 de diciembre de 1965.
La postura de este concilio está claramente diferenciada frente al Vaticano I, que es un concilio afirmador de la autoridad, con la definición de la infalibilidad pontificia, el Vaticano II lo es de colegialidad, laicado, temas y definiciones que atienden a dimensiones democráticas de la iglesia. Frente a Trento, concilio defensivo, cuyos textos están recorridos por anatemas, el Concilio que se abre en 1962 se desarrolla sin condenas, sin un espíritu evangélico alejado de la postura defensiva del siglo XVI.
Es también más universal que ninguno, todos los continentes están representados, se abre a todas las culturas. Incluso el número de padres conciliares es claramente superior.
En la clausura del Concilio de Trento eran poco más de doscientos; en el Vaticano I alrededor de setecientos sesenta, en el Concilio Vaticano II toman parte en la ceremonia de apertura 2.540 padres.
El cardenal Bea ha escrito que las dos grandes innovaciones son afirmación del papel de los obispos y la apertura hacia el laicado. La descentralización, la pérdida del protagonismo de Roma, es una exigencia de los tiempos.
En el Concilio intervienen casi trescientos obispos africanos, casi cuatrocientos de Asia, 75 de Oceanía, en su mayor parte nativos, obispos que tienen que trabajar en zonas cuyas ideas raíces son el animismo y el fetichismo, o creencias de las antiguas culturas de china e india, con problemas muy diferentes a los que se presentan en la Europa industrial, con su historia secular de humanismo grecolatino.
Clarificar el papel de los laicos era otra necesidad. Los laicos habían intervenido en los primeros siglos de la iglesia en el nombramiento de sus pastores, incluso en la elección del papa en Roma. Posteriormente se produjo la interferencia de poderes temporales, los príncipes, en la vida religiosa, con grave daño para la Iglesia, al mismo tiempo que esta, “cargada” con un patrimonio territorial, unía en el Papa una jurisdicción temporal a la espiritual.
Reducida desde 1870 la Iglesia a un poder estrictamente espiritual, a mediados del siglo XX, como puso de relieve en una conferencia en Milán el cardenal Montini, la Iglesia se encuentra libre por vez primera de interferencias de poderes seculares en sus asuntos y en consecuencia no tiene ninguna justificación una Iglesia defensiva o condenatoria.
Pero esta independencia no ha significado despreocupación de lo temporal; lo que caracteriza al Concilio Vaticano II y lo que le dio una resonancia universal es su preocupación por clarificar las relaciones de la Iglesia con la cultura y el mundo actual.
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